La ética no es un apéndice
Es la médula de la práctica psicológica
En la
formación muchas veces se nos habla de técnica, de marcos teóricos, de
abordajes…
pero no siempre se habla del temblor ético.
Ese que aparece cuando sabemos que lo que tenemos que decir puede doler.
Ese que late cuando tenemos razón clínica, pero no sabemos si el otro
está listo para escuchar.
Ese que nos recuerda que no se trata de tener razón, sino de cuidar.
Recuerdo
situaciones donde tuve que hacer devoluciones difíciles a madres o padres.
Nombrar lo que estaba generando malestar en un niño.
Señalar lo que no se podía seguir negando.
Y ver cómo, muchas veces, esas palabras —aunque dichas con respeto—
generaban resistencia, rechazo, incluso abandono del tratamiento.
En esos momentos me pregunté:
¿Era
necesario decirlo?
¿Lo dije desde el enojo, o desde el deseo de proteger?
¿Puse mi saber por delante del proceso del otro?
Y me
respondí, con humildad: la ética no es evitar el conflicto.
Es elegir el momento, la forma, y estar dispuesta a sostener lo que eso
despierte.
Castoriadis y la autonomía
El filósofo Cornelius Castoriadis habló de la autonomía no como un ideal abstracto, sino como un ejercicio concreto:
interrogar las normas que nos rigen, y crear otras desde la conciencia y la responsabilidad.
En la
clínica, eso significa no repetir protocolos sin pensar.
No seguir modelos si no se ajustan a quien tenemos en frente.
Y no aferrarnos a nuestras ideas si se transforman en dogma.
La ética,
entonces, no es un código a cumplir.
Es una actitud. Una presencia. Una escucha profunda no solo del paciente, sino
de una misma.
Es saber
callar cuando hablar sería invasivo.
Es saber decir cuando callar sería abandono.
Es preguntarse siempre:
¿Esto que voy a decir, lo necesita el otro… o lo necesito yo?
No hay práctica clínica sin posición ética
La ética
no se agrega después de la técnica.
Es desde donde se hace clínica.
Y eso implica no solo cuidar al otro, sino cuidar el lazo.
Hacerse cargo del poder simbólico que implica ocupar este lugar.
No para negarlo, sino para ejercerlo con conciencia, con ternura, con
coraje.
No tengo
una receta ética.
No hay manual para estos momentos.
Solo tengo una brújula:
¿Estoy
acompañando con respeto el proceso del otro?
¿Estoy pudiendo mirar mis límites, mis deseos, mis sombras?
¿Estoy, de verdad, dispuesta a escuchar lo que el otro trae… incluso si me
incomoda?
La ética
no es lo que decimos en los congresos.
Es lo que pasa cuando estamos solas en el consultorio y algo en nosotras se
mueve.
Es lo que hacemos cuando la teoría no alcanza, y solo queda el compromiso.