Cuando el arte toca el alma
Psicología y literatura: El viejo y el mar
"Estoy
tan claro como las estrellas, que son mis amigas."
Así piensa el viejo, en medio del mar, mientras lucha con un pez que parece
inalcanzable y con su propio cuerpo que se agota.
Y mientras leo, no puedo dejar de pensar en la cantidad de pacientes que, como
él, resisten en soledad, sin saber muy bien por qué… pero resistiendo igual.
El viejo
y el mar, de
Ernest Hemingway, es una novela breve, pero cargada de sentido.
No habla directamente de trauma, ni de ansiedad, ni de duelo…
Pero nos habla de todo eso a su manera.
Porque la literatura, cuando es buena, logra eso: poner palabras donde a veces
no las hay.
Y en esa voz del viejo que dialoga consigo mismo, que se anima y se consuela,
que se juzga y se reconcilia, aparecen temas profundamente humanos:
🔹 El desamparo de quien ya no tiene fuerzas y
sin embargo sigue.
🔹 La neurosis como repetición de un hacer que
no se puede abandonar.
🔹 La masculinidad atravesada por la soledad,
la dureza, la vergüenza de pedir ayuda.
🔹 La fe que se tambalea pero aún así enciende
una oración.
🔹 Las voces internas que nos habitan: el
juicio, el consuelo, el mandato, la ternura.
"Despeja
la mente y aprende a sufrir como los hombres", dice el viejo.
¿Pero quién enseña eso? ¿Qué es sufrir "como los hombres"?
¿Cuánto hay de mandato de género en esa frase? ¿Cuánto de dolor sin red?
"Los
hombres no están hechos para la derrota."
Pero la derrota llega igual. Y hay que aprender a perder sin romperse.
O a romperse y volver a armarse después.
Esta
novela me acompaña desde hace años.
Y hoy, en el cruce entre clínica y literatura, la releo con otros ojos.
Los de la psicóloga que escucha a quienes también están solos en su bote.
Los de la mujer que cree en una psicología que abraza el arte para pensar lo
humano.
📚✨ Esta es la primera entrega de una serie donde la
literatura nos servirá de puente para explorar lo psíquico.
Porque la palabra literaria también puede sanar.
Y porque cuando la clínica se encuentra con el arte, algo se ilumina.

La mar y la madre: figuras que retienen y desbordan
En El viejo y el mar, Hemingway nos deja una imagen poderosa y ambigua de lo femenino: la mar, nombrada en femenino por el viejo, aparece como una figura dadora y destructiva, que no puede evitar sus propios actos "malignos o tremendo(s)". Una presencia inmensa, bella, ingrata y ajena a toda moral.
Desde una lectura psicoanalítica, esa mar puede pensarse como una figura materna internalizada, que despierta sentimientos profundamente ambivalentes: gratitud, necesidad, temor, resentimiento. Una madre que da, pero también retira. Que sostiene, pero también castiga. Que es amada y odiada, en un mismo movimiento del alma.
En esa mar se proyectan las voces del desamparo y del trauma, pero también la esperanza de una reconciliación posible, aunque nunca total. El viejo la conoce, le habla, la respeta… pero no idealiza. Ya no se ilusiona. Y, aún así, sigue saliendo al mar. Sigue navegando.
Tal vez allí esté el gesto más reparador de todos: atreverse a mirar de frente a esa figura que tanto ha dado y tanto ha dolido, sin anestesia ni fantasía. Y aún así, decidir continuar. Caminar. Pensar. Sufrir. Acompañar.
Porque
—como él dice— los hombres no están hechos para la derrota.
Y quizás el mayor acto de salud mental, sea aprender a habitar ese mar interno sin
dejarse tragar por él.