“Entre Nietzsche y Spinoza: danzar la incertidumbre, desear la libertad”
"La
exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples."
Salmos 119:130
Hay
lecturas que nos desarman, que nos muerden, que nos sacuden.
Y hay otras que nos abrigan, que nos enseñan a quedarnos, a respirar, a
comprender.
Yo he necesitado de ambas.
Y en ese vaivén, me he ido haciendo.
Soy
muchas, pero en especial, soy alguien que ha leído y ha encarnado lo que ha
leído.
Con Spinoza aprendí a desear comprender. A mirar el mundo con respeto y con
amor.
Con Nietzsche aprendí a dudar de todo eso.
A abrazar la incertidumbre como forma de existir.
Cuando me
dejo atravesar por Nietzsche, siento que nada de lo que creo es confiable.
Y sin embargo, su irreverencia me devuelve al suelo, me libera de los dogmas,
me recuerda que pensar es atreverse.
Que vivir es saltar sin red.
Spinoza,
en cambio, me ofrece una brújula suave.
No una certeza, pero sí una ética del encuentro.
Una lógica del afecto, de lo posible, de lo humano.
En esa
tensión —entre elegir una verdad o permanecer en el umbral de la duda—
camino.
Pienso.
Escribo.
Acompaño.
Sé que
hay en mí una necesidad de encontrar un puerto.
Pero también sé que, muchas veces, la libertad se parece más al mar abierto que
al abrigo de una costa.
Por eso
leo. Por eso escribo.
Para ir desenredando los discursos de poder que moldearon mi subjetividad.
Para escucharme.
Para alumbrar —como dice el versículo— desde la exposición de mis propias
palabras.
Y tal vez, si alguna palabra mía resuena en quien lee, la compartimos.
Y esa comprensión, humilde y simple, nos vuelve un poco más humanos.