Cuando el deseo de ayudar se encuentra con lo que no cambia
Hay días en los que escucho y acompaño con ternura, con presencia, con técnica. Y sin embargo… algo no avanza. No se mueve. No responde. Y entonces, no solo me interrogo sobre el otro. También me pregunto a mí misma. Porque no se trata solo de intervenir, sino de comprender. No se trata de "sacar adelante" a nadie, sino de estar ahí, en el intento, con honestidad y respeto.
Desde ese
lugar nacen estas preguntas.
Preguntas que no buscan respuesta inmediata.
Preguntas que son brújula, no receta.
- ¿Qué hace que una vida quede atrapada en una forma de habitar el mundo, aunque el deseo diga "quiero salir"?
- ¿Es posible desobedecer un mandato inconsciente que se vivió como ley de supervivencia?
- ¿Qué tipo de vínculo es necesario para que la subjetividad encuentre lugar para nacer?
- ¿Todos podemos progresar? ¿Qué es progresar? ¿Para quién? ¿A qué ritmo?
- ¿Cómo sostener el deseo de ayudar sin caer en la trampa de dominar, forzar o exigir transformación?
- ¿Es posible acompañar sin empujar?
- ¿Qué es lo que aún falta para que el amor, el lenguaje y la ternura sean suficientes para transformar?
- ¿Cómo se repara lo que no tuvo lugar? ¿Lo que nunca fue dicho? ¿Lo que quedó en las sombras del hogar y la historia?
- ¿Cuál es la ética de acompañar a quien no cambia? ¿Y si estar es, en sí, un acto reparatorio?
Desde el corazón del barrio, del consultorio, de la escucha cotidiana, sé que estas preguntas también habitan a muchas colegas, a muchos adultos en búsqueda, a madres, padres, docentes, referentes. Por eso las comparto. Porque no estoy sola en esto. Y porque si algo aprendí es que el pensamiento compartido también sana.
Qué piensas tú?
Gracias
por estar del otro lado.
Valeria Díaz
Psicóloga | Camino