Crecemos juntos. Sanamos al mismo tiempo.

"Acompañar a un niño o a un adolescente no es solo enseñar.
Es también aprender a mirar distinto, a estar distinto.
Es también sanar con ellos."

A veces no hablan, pero dibujan.

A veces no explican, pero actúan.
A veces no pueden decir "me duele", pero te miran con rabia o con distancia.

La infancia y la adolescencia no siempre encuentran palabras para expresar lo que sienten. Pero eso no quiere decir que no sientan profundamente.
Y muchas veces, lo que no se puede decir con palabras, se dice con el cuerpo, con el juego, con la música, con el silencio, con una mirada esquiva.

El arte y la creatividad no son un entretenimiento.

Son lenguajes. Son formas de decir lo que duele.
Son salidas posibles cuando no hay otra puerta abierta.

En consulta, un niño puede dibujar un monstruo con garras enormes y ojos tristes.
Y una madre puede preguntar: "¿Y esto qué significa?"
Pero quizás no haya que traducir enseguida.
Quizás solo haya que estar, mirar, decir: 'Estoy acá si querés contarme algo más'.

No tenemos que entenderlo todo.

No tenemos que hacerlo perfecto.
Solo tenemos que habilitar un espacio amoroso donde lo no dicho también tenga lugar.

A veces, la forma más clara de cuidar no es encontrar el sentido oculto de una conducta…
sino quedarnos presentes cuando esa conducta nos incomoda.
Respirar hondo. Acompañar sin apurar.
Y mostrarnos como adultos que también estamos creciendo.

Acompañar también nos transforma

Cuando un adulto empieza a escuchar distinto, algo se reordena.
Cuando una mamá deja de exigirse ser infalible y empieza a confiar en su intuición, algo se alivia.
Cuando un papá se anima a decir "yo tampoco sé, pero estoy", algo se vuelve posible.

Crecemos juntos. Sanamos al mismo tiempo.
Porque acompañar bien a un niño o a un adolescente… es, muchas veces, acompañar con amor a quienes fuimos.